María Cristina Lillo nació en Mendoza el 4 de diciembre de 1951. Su familia estaba formada por su mamá, Dora Elina Montenegro, su padre, Jorge Enrique Lillo y su hermano Enrique. Vivían en la calle Martínez de Rosas de Ciudad y durante las vacaciones pasaba sus días con sus abuelos y primos, entre ellos Ana Montenegro. Ana recuerda que con Piri y el resto de los primos se sentaban a comer frutas, y veían como las gallinas ponían huevos y jugaban a “quién se acercaba más a los chanchos”, un juego que les producía adrenalina.
En los veranos se bañaban en la acequia, comían las empanadas que hacía su abuela, participaban del ritual nocturno que hacía su abuelo en la fogata. dora Montenegro, la madre de Piri, era una mujer luchadora, fuerte y emprendedora, “una topadora que llevaba adelante todo”. Piri y su madre le regalaban ropa a Ana y a sus hermanos. Cuando la mujer falleció siendo muy joven, la familia sufrió una profunda transformación y Piri pasó a ocupar el rol de madre. Su papá, el negro Lillo, era un hombre muy gracioso y divertido, hincha de la Lepra. Cuando falleció su esposa permaneció viudo durante varios años y en esa época Piri lo contuvo. Luego volvió a casarse con una mujer policía.
María Cristina hizo su secundario en el instituto María Auxiliadora, y se recibió de maestra. Aprendió a tocar el piano y la guitarra, porque una amiga (y monja del instituto), Elena, la incentivó a tocar música. Piri tocaba la guitarra en cada juntada de amigos o familia. Cantaba especialmente folklore pero, fiel a su estilo personal, no se negaba a ningún desafío por lo que interpretaba cualquier tipo de música que le pidieran, “ella iba con su guitarra a cuestas (que terminó siendo mía), existe todavía la guitarrita” cuenta su hermano.
Era muy inteligente y tenía una sólida cultura. Un ejemplo es un trabajo que realizó en el Colegio María Auxiliadora sobre un complicado tema teológico tratado con un nivel sorprendente para su edad. Fue una alumna destacada, reina de la primavera, integrante del grupo de teatro, animadora de todos los campamentos. Cuando terminó los estudios continuó en el Centro de ex alumnas y como estudiante de medicina dictó cursos de primeros auxilios y enfermería para alumnos de la escuela. El pelo, de color castaño rojizo como el de la madre, era muy ondulado, sin embargo, a tono con el gusto de la época, todas las noches, pacientemente, se hacía la toca.
Tenía muchos amigos. Era muy activa, trabajaba muchísimo y se movía principalmente por el afecto”. Ana cuenta que “Piri era una persona que nunca te hacía sentir que te estaba dando algo. Se destacaba por ser muy generosa, tenía una sensibilidad muy especial. No era soberbia sino, por el contrario, era un ser muy cálido. Nos divertíamos cuando compartíamos momentos en la casa de mis abuelos… era una persona muy jovial, alegre y le gustaba cantar. Era muy bonita, muy linda. (…) Cada vez que cantaba y tocaba la guitarra lo que hacía era ponerse el sombrero de mi papá. Siempre era muy artista”.
Estudió medicina en la Universidad Nacional de Cuyo donde se destacó como estudiante, y fue Auxiliar de Docencia en la cátedra de Anatomía Normal. Allí conoció a Oscar Rojas, quien luego sería su pareja, en el año 1974 en ocasión de una actividad del Laboratorio de Cirugía Experimental de la Escuela de Medicina de la UNC. Rojas dice: “Me impactó de entrada por cada una de sus cualidades. Principalmente, su disposición, inteligencia y la avidez, no competitiva, de aprender. Su belleza la descubrí, en su totalidad, más tarde ya que la ropa de quirófano no favorece en lo estético. Sin embargo era muy llamativa su mirada, encuadrada por el barbijo, que transmitía mucha seguridad y una resaltante personalidad. No desdeñaba maquillarse pero lo hacía no con intención de destacarse. Ella se destacaba per se. Luego descubrí que no solo al hablar su voz era melodiosa sino que al cantar: ritmo, armonía y pasión eran otra parte más de su bagaje natural. No puedo olvidar que, en este último aspecto meses después, me impactó con la interpretación de La Marcha de la Bronca acompañada en guitarra tocada por ella. Recuerdo que estaba en la sobremesa en una guardia” rememora Rojas.
En abril del 75, al reiniciar el Curso Lectivo, se reencontraron y sintieron la necesidad de estar juntos. Convivieron como pareja hasta diciembre de ese año. Muy pocas personas sabían de esa determinación. “Sin claudicar sus reclamos como pareja -Piri- nunca utilizó ningún gesto que significaba un reclamo encubierto. Lo que decía era directo y claro con una dosis particular de ternura hacia mí” recuerda Rojas.
Los ingresos de la pareja eran magros: ella era Auxiliar de la Cátedra de Anatomía y él Médico Residente de un hospital Provincial. Y con otra familia para asistir. En eso eran muy conscientes ya que ambos compartían toda la convicción de que la felicidad no pasaba por lo material. Además Piri venía de administrar una casa proletaria desde que perdió a su madre en su pre-adolescencia. El recuerdo de esa mamá era lo único que la entristecía. Por el contrario era el “paño de lágrimas” de muchos de sus compañeros.
Piri tenía un don especial al desplegar el acto médico conjugando calidez con consistencia técnica. Se colocaba sutilmente en la personalidad no importaba edad, sexo o forma de exigir de cada paciente. La valentía, la alegría de vivir, el desapego a lo material, la generosidad para con sus compañeros compartiendo conocimientos, la ilusión interminable de un mundo más justo, el rechazo a la violencia por la violencia misma, y la ausencia de envidia o de la crítica artera eran sus cualidades. Sobre ella dice Rojas: “Resumiendo: sin temor a equivocarme, ni exagerar, Piri es la expresión más acabada del ejemplo que se puede dar de lo que dañaron a la Patria, los que prohibieron al país de tener una luz brillante iluminando sin desmayo un futuro imparablemente mejor cada día. Hubiese sido una cirujana notable. De eso entiendo bastante”.
Jorge Barandica la recuerda “La Piri era una persona muy apasionada, no pasaba inadvertida nunca, se hacía sentir. Pero aparte tenía un modo de plantear las cosas, como que ponía su fuego en su fuerza. Era muy buena estudiante y estudiamos hasta la última materia juntos”.
Su militancia en política comenzó cuando, durante una toma de la facultad, un grupo de vecinos del Barrio Flores ingresó a la casa de estudios con una serie de reivindicaciones populares. Con la gente del barrio, entró a la Coordinación Peronista que después se definió como Peronismo de Base (PB). Cuando Cámpora fue expulsado del gobierno en julio de 1973, Piri cuestionó su permanencia en ese grupo político pues consideraba que existían contradicciones entre su pensamiento y la posición del peronismo. Fue entonces que, luego de conversaciones con gente de la facultad relacionada con el PRT-ERP, su militancia comenzó a desarrollarse en esa organización. Era una persona muy responsable y comprometida en su militancia a tal extremo que “andaba con la cartera llena con la Estrella Roja (órgano de difusión del PRT-ERP) y no daba para andar con eso porque ya era 1975-76. Tenía convicciones y no medía las consecuencias”, contó su compañero Barandica.
María Cristina con su vocación de médica y su sensibilidad social participó de campañas de vacunación y dictó cursos de primeros auxilios. La joven ayudaba en barrios carenciados como el Infanta, cercano al barrio San Martín. Según el relato de Rojas ambos habían sostenido un consultorio destinado a sectores populares en el barrio Independencia, donde atendían dos veces por semana.
En las primeras horas del día 8 de junio de 1976, entre la 1 y las 2 de la mañana, un grupo de hombres armados ingresó a la casa familiar, golpearon y ataron a las personas que allí estaban y secuestraron a Piri, quien desde entonces se halla desaparecida.