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María Silvia Campos Catania

Silvia realizó sus estudios secundarios en la Escuela Normal “Tomás Godoy Cruz”, donde se recibió de maestra. En 1971 ingresó a estudiar Medicina. Fue secuestrada con 23 años el día 15 de mayo de 1976, cuando estaba en su casa de San José, Guaymallén.

imagen María Silvia Campos Catania

Nació en Mendoza, el 26 de febrero de 1953. Soltera, estudiante de Medicina. Su madre, que tiene dos hijas y un yerno desaparecidos, nos cuenta, primeramente, sobre Silvia:

“(...) estudió la primaria en la escuela Cano; cuando iba al último año, sería sexto grado, ahora es el séptimo, tuvo el mejor promedio, y le dieron un reloj. Los hacía una joyería de acá y los daba como premio, en la escuela, a quien tuviera el mejor promedio.

“Ya de chiquita, decía: ‘Yo voy a ser médica, aunque me reciba a los treinta años’. La Facultad de Medicina siempre fue difícil, pero pudo entrar ahí nomás, con unas notas bien altas y me decía: ’Si creés que yo voy a tener una placa en la puerta, estás muy equivocada. Porque yo quiero ser médica rural, no me van a ver acá’.

“Cuando iban a la Facultad, compraban tarros de leche Nido o cosas así, cuando les sobraba un pesito, y llevaban al barrio San Martín. Hacían alfajorcitos, vendían para comprar la leche con otra compañera de la que no recuerdo más el nombre. Sé que era una morochita que después desapareció; como era el primer año que venía esa compañera, no la vi más.

“La relación con su papá era muy buena, muy buena. Él era su confidente, siempre tenían las mismas ideas. Él era muy bondadoso, en realidad, muy generoso también. Era músico; yo sé que muchas veces había músicos que venían de Buenos Aires solos y recuerdo, en una oportunidad, que uno de ellos se enfermó, estaba muy grave y él lo ayudó. Con su padre se llevaban muy bien, hablaban de sus ideas como si fuera un amigo. También con Adriana la relación era muy buena; eran compinches, muy compinches, muchas veces charlaban las dos y yo venía de golpe y se callaban. Ella era muy sentimental y Adriana también, pero ella de nada lloraba, en cambio Adriana era más fuerte, de esas personas que cuando tienen que decir algo, lo dicen.

“Yo les decía: ‘¡Chicas, por Dios!’… Ya se venía una época fea. Cuando subió Pinochet y acá Videla, tuve una corazonada y le dije: ‘¡Ay Silvia, vos sabés que este desgraciado me hace acordar —le decía, por Videla—… Tiene la cara de Hitler. Y el Pinochet, la de Mussolini; yo la veo fea. Estoy escuchando cosas, comentarios, no se metan en nada ustedes!’. Me dijo ‘En qué nos vamos a meter. ¿Vos creés que si yo hiciera algo que los pudiera perjudicar, me hubiese quedado? Esta es mi patria, yo de acá no me muevo”. Y yo vi esa misma semana, justamente cuando dije eso, a unos que pasaban por la calle, por la vereda y miraban para adentro del zaguán, en la casa que teníamos en la calle Pedernera… Se ve que la estaban siguiendo y… y, bueno, después vine a atar 155 cabos de muchas cosas.

“Después de toda la tragedia... de todo esto, íbamos a Buenos Aires. Su papá tenía negocio; lo perdió porque, de tanto ir y venir, estábamos todos los meses allá. A donde nos decían, íbamos. Fuimos a La Plata, a conventos, a hablar con monjas; unas, buenas, nos recibían pero otras tenían cara de malas.

“Una vez estaba lloviendo y estábamos yo y otra señora porque queríamos hablar, creo que fue una de las primeras veces de ir a la Plaza de Mayo, porque no se sabía dónde juntarse y qué hacer. Habían pasado el dato de que ahí había muchas madres que estaban en la misma situación y me dijeron que fuera allá; para distinguirme, ahí fue lo del pañuelo. Iba y me quedaba quince días para agarrar el otro jueves y después me venía a Mendoza, y daba vueltas… Una vida de locos, vida de locos, he pasado. Mi marido, acá, tenía que trabajar, no podía dejar, todavía tocaba en el Casino… Yo pensaba: ‘Qué ironía, tocando música para otros y uno con el corazón que le sangraba en todo ese tiempo’.

“Ella estaba en sexto año y tenía que rendir Química. La preparó con otra compañera que era de San Juan y salió bien; justamente en sexto año, era el último año que le quedaba para terminar…

“…Después tenía que hacer la residencia. Preparó la materia con una compañera que tenía tres chicos. Frida, se llamaba y el apellido era alemán. La noche del 14 de mayo habían estado estudiando con Frida en el dormitorio, porque ya se había casado Adriana y vivía en su casa. Frida se quedó a dormir y se iba el sábado o domingo a San Juan, cuando a la dos de la mañana…, sí, las dos eran; nosotros estábamos durmiendo y ellas también, porque era tarde. Sentimos como una explosión en la puerta de calle. La agarraron, la golpearon, la tiraron al suelo… Nosotros vimos unos encapuchados. Yo, en la cama, miré medio dormida y sentí los gritos de su abuela. El papá se levantó de un salto y cuando yo vi que los habían encañonado y que mi esposo quería pegarle al tipo, le dije: ‘¡No, no, no le hagas nada, que nos van a disparar!’…Y se la llevaron… A su compañera no la tocaron. Ya estaban seguros de quién era, a quién tenían que llevar… Fueron en tres Ford Falcon. Salieron tres, arrancaron… Y… bueno, recordando cosas más agradables, les cuento que tuvo un novio que visitaba la casa. Pero no duró mucho tiempo. Se llamaba Mario, estaba en el Hospital Central y ahí lo conoció. En una oportunidad, él se iba a Francia y quiso que se casaran para que se fuera con él. Ella le dijo que no, así fue que se distanciaron. Eso pasó unos meses antes, él se alcanzó a ir. Si él sabía algo, no sé… Era una buena persona, era un médico muy bueno que siempre atendía allá, en el Central, a la gente muy humilde, siempre estaba dispuesto a ayudarlos”.

Recuerda los quince años y muestra las fotos; son chiquitas, en blanco y negro; todavía no había color. Le parece mentira que hayan transcurrido todos estos años.

 

Extracto textual de  http://www.espaciomemoriamendoza.com/wp-content/uploads/2020/06/HACERSECARGO.pdf (pág. 154).